domingo, 10 de febrero de 2013



Exterior día. Amanecer. El día sin carros.

El cuerpo de la luz no cesa de buscar su forma. Le gusta convertirse en manto etéreo en las mañanas húmedas y acariciar por instantes las materias caprichosas. Luego se esconde para hacernos creer que es un simple misterio repetitivo y cotidiano que hace visible los caminos y las cosas. A veces se hincha, pesa y azota. Otras, se hace rogar y cumple a la cita cuando se agotan los minutos, cuando sus adoradores deprimidos desfallecen. Casi siempre lo ignoramos. Poco le importa: sabe que su destino es engañar e iluminar, hacer creer que llega por primera vez y propiciar suspiros. Últimamente se ha vuelto veleidoso. Debe ser porque hemos inventado artefactos cuya única misión es constatar la multiplicidad de sus proezas.
Bogotá, febrero 8 de 2013 — en Parque de La Independencia.

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